La representación de la Pasión de Cristo en Iztapalapa será interpretada en esta edición, la 182, por José Julio Olivares Martínez, un joven de 27 años, originario del Barrio de San Pablo (Alcaldía Iztapalapa), quien estudia el noveno semestre de la licenciatura en Economía, en la Escuela Superior de Economía (ESE), del Instituto Politécnico Nacional (IPN). José Julio ha seguido el camino de otros jóvenes politécnicos que han desempeñado el papel protagónico de esta escenificación en ediciones pasadas. La mirada de miles de personas se centrará en el estudiante del IPN, cuyo carisma y sencillez son apreciadas por amigos de su comunidad y compañeros de la escuela. Ahora a unos días de representar este papel, el protagonista comparte con Gaceta Politécnica su forma de ver y vivir esta experiencia. ¿Qué significado tiene tu participación en este evento? Para mí es muy importante porque como originario de Iztapalapa, esta representación te da identidad. Siempre a cualquier lado que vas, te preguntan: “¿De dónde eres? ¿De dónde vienes?” Al responderles que eres de Iztapalapa te cuestionan: “¿Has participado en la representación?”, porque a mucha gente es lo primero que se le viene a la cabeza debido a que es algo que te da identidad. Hay gente de otras partes del mundo que vienen a ver esta escenificación. Es una cuestión de mucha responsabilidad y respeto desempeñar este papel. ¿Qué representa para ti el respeto a la libertad de creencias? Es el respeto que debemos de tener todos hacia las creencias de los demás. No porque no compartan la misma religión, los mismos pensamientos, podemos hacer menos a alguien. Al contrario, creo que hay veces que aprendemos más de otras personas que piensan diferente. También hay ocasiones que esas diferencias de pensamiento nos hacen llegar a debates y, en algunas ocasiones, éstos son buenos porque aprendemos muchísimas cosas.
¿Cuál es la importancia de que se transmitan estas tradiciones a las nuevas generaciones? Es muy importante porque cuando llegaba a ver la representación, yo decía: “¡Quiero estar ahí! ¡Quiero participar!” Y no porque saliera alguien que conociera. Mi tía y mi mamá también han participado; ellas nos llevaban al recorrido, a los pasajes bíblicos…, los veíamos y nos impresionaban. Tuve la dicha de participar en 2014 y ahí fue cuando me acerqué aún más, pero esa es la importancia de dejarle a las nuevas generaciones algo con que se identifiquen, algo que hagan con amor y no sólo por tradición. Iztapalapa está llena de muchísimas tradiciones, porque son ocho barrios y cada barrio tiene su “mayordomía”. Hay veces en las que los mismos mayordomos, si te conocen, te dicen: “Ven ayúdame a hacer tamales, a florar o ayúdame a la comida”. Eso también es parte de nuestras tradiciones y eso hay que dejárselo a las nuevas generaciones. Es algo bonito, porque vas a ayudar sin ningún interés, vas a apoyar porque quieres que salga bien la “mayordomía” y la representación. En la ceremonia hay mucha gente que te regala agua; hay familias que te dan naranjas, a sus posibilidades. Quieren ser partícipes de esta representación, de estas tradiciones que tenemos tan arraigadas en Iztapalapa y es un mensaje que hay que dejarles a las nuevas generaciones. ¿Desde tu óptica, la educación y las creencias deben ser complementarias? ¿Por qué? Sí, siempre es bueno creer en algo, en quien sea, en lo que quieran; también es bueno pedir por ti y por los demás. Respecto a la educación, pienso que es necesario tenerla para el desarrollo de México. ¿Cuáles son los valores que se fomentan en los jóvenes que participan en esta representación? El respeto, la fe, el amor y la comprensión; más que nada es continuar con este legado que nos han dejado y que lleva tres generaciones. ¿Cuál es el origen de este legado? Es algo que comenzó en 1833 con la epidemia de cólera morbus que propició la muerte de mucha gente porque era una enfermedad muy contagiosa, esto provocaba que las familias en la mañana estuvieran velando a la mamá y en la noche al hijo. Entonces esto hizo que fueran a pedirle un milagro al Señor de la Cuevita que está en la Calzada Ermita Iztapalapa, ahora ya es catedral. La gente pidió permiso al padre para sacarlo en procesión y al siguiente día cesaron las muertes. Y como agradecimiento se le prometió al Señor de la Cuevita hacer la representación. Es algo que viene de generación en generación y nos lo han inculcado nuestras familias.