CULTURA

Atesora IPN murales históricos

Claudia Villalobos y Nestor Pinacho - 12 / 03 / 2025
Atesora IPN murales históricos

Detrás de sus rejas, el Instituto Politécnico Nacional (IPN) resguarda importantes joyas del muralismo mexicano que representan un invaluable tesoro histórico y cultural del país

Detrás de sus rejas, el Instituto Politécnico Nacional (IPN) resguarda importantes joyas del muralismo mexicano que representan un invaluable tesoro histórico y cultural del país, pero con las que también conviven en el día a día las y los estudiantes, así como docentes y administrativos que las han incorporado a la identidad guinda y blanco. A través de sus monumentales obras, artistas de la talla de David Alfaro Siqueiros, Federico Silva, Francisco Pego Moscoso, Jorge González Camarena, Gilberto Ramírez Arellano, José Hernández Delgadillo, Raúl Camacho Quintero, Alberto Rafael Bustillos Alamilla, Raúl Anguiano, Daniel Manrique y Ariosto Otero, entre otros, viven en esta casa de estudios y engrandecen el patrimonio institucional. Al plasmar sus trazos, colores, formas y esplendor, todos ellos dejaron un legado en distintos espacios ubicados en escuelas y recintos del Politécnico que, al escudriñarlos con detenimiento para discernir su significado, nos conducen a través de túneles del tiempo y nos muestran las entrañas de la institución, de su historia y sus aportaciones al desarrollo nacional en los ámbitos de la ciencia, la tecnología, la cultura y el deporte. El muralismo nació en México como un movimiento social y político de resistencia e identidad que, a través de sus componentes estilísticos, retrata temas relacionados con la Revolución Mexicana, la lucha de clases, los indígenas y, en este caso, con la evolución de la educación y las contribuciones politécnicas en diversos ámbitos.

Siqueiros y el hombre

El 30 de junio de 1951, uno de los llamados tres grandes del muralismo mexicano firmó el contrato para elaborar una de las obras más representativas del IPN: “El hombre, amo y no esclavo de la técnica”. Son cientos de alumnos, profesores y administrativos los que recorren cada día el vestíbulo de la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas (ENCB) –edificio originalmente destinado a albergar el internado del Politécnico– lugar donde se encuentra esta magna obra de David Alfaro Siqueiros. En un espacio de 4.00 x 18.00 metros, el autor empleó vinilita y piroxilina sobre soportes de aluminio cóncavo, que le brindan a la obra el movimiento que caracteriza la producción artística de Siqueiros. Las y los alumnos se muestran interesados en este mural, al que acuden como un punto de encuentro con sus amigos y coinciden en que es un orgullo tener una obra de tal magnitud e importancia en estas instalaciones. El nombre original de la obra era “Alegoría de la industrialización de México, canto a la técnica. Homenaje al esfuerzo impulsor del presidente Alemán”, pero Siqueiros le otorgó el nombre final de “El hombre, amo y no esclavo de la técnica”. La obra representa el poder de sujeción de los instrumentos de trabajo y los desarrollos científicos que, por un lado, son útiles al hombre, pero por otro lo esclavizan. Se muestra en el centro a un hombre sobre una plataforma, de lado izquierdo de su busto, contorsionado, y su mano deformada por las fuerzas eléctricas y mecánicas; mientras que su diestra conformada naturalmente señala la mecánica vencida y líneas contundentes, severas y armónicas que están a su servicio, toda una geometría corpórea y de acero donde el hombre es amo. “El hombre (…) se apodera de la energía atómica, la más grande fuerza física del presente y del próximo futuro. Esa fuerza que ahora se utiliza sólo con fines destructivos será usada mañana con fines industriales en un mundo de progreso y de paz”, así describía el mismo Siqueiros el aspecto central de este mural: un átomo que es sostenido por el hombre al centro de la obra.

Precursor del muralismo politécnico

El maestro Saturnino Herrán abrió camino a otros grandes artistas plásticos que transformaron las paredes en esa riqueza cultural que acompaña cotidianamente a aquellos que acuden a realizar sus actividades académicas y laborales. Resguardados en la Biblioteca Nacional de Ciencia y Tecnología “Víctor Bravo Ahuja”, están dos paneles pictóricos que realizó Saturnino Herrán en 1910: “Alegoría de la construcción” y “Alegoría del trabajo”, obras que originalmente se instalaron en la Escuela de Artes y Oficios para varones, antecedente de la Escuela Superior de Ingeniería Mecánica y Eléctrica (ESIME). Las dimensiones de ambas pinturas son 2.73 x 1.85 metros, y aunque se realizaron en óleo sobre muro, posteriormente se trasladaron a soporte de vidrio; en ellas se ilustran aspectos de las clases sociales trabajadoras del país. “Alegoría del trabajo” muestra en primer plano a una mujer con dos niños pequeños y una gran olla de cabeza. En “Alegoría de la construcción” aparecen en primer plano un hombre que, con el torso semidesnudo, viste un overol de mezclilla, con la mano derecha sostiene un pincel y con la izquierda una olla de cerámica; este personaje es el padre de la familia que forma con la mujer y los niños del otro panel. El fondo muestra un ambiente difuso que deja ver un contexto de construcción.

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Un símbolo de luz en la ESIME

En su día a día, Gisela Ramírez atraviesa el edificio de gobierno de la ESIME Unidad Azcapotzalco para acudir a sus clases o realizar algún trámite en la Dirección. Se ha acostumbrado tanto al mural titulado “La humanidad hacia la luz” que casi no le presta atención, aunque sabe de la relevancia que tiene no sólo para esta escuela, sino para el Politécnico Nacional. “Se me hace muy interesante, muy bonita, tiene un gran significado. Lo que más me llama la atención son las figuras de abajo, que me recuerdan a las culturas antiguas, siento que tiene un valor muy grande y también me gusta la parte del obelisco”, comenta la estudiante de Ingeniería Mecánica. En 1963, Jorge González Camarena realizó este mural para representar el conocimiento como la clave fundamental para acceder al progreso, simbolizado a través de un prisma de vidrio que descompone la luz y refleja los colores en un papel en blanco. Este lugar es un punto obligado para las y los alumnos de nuevo ingreso, a quienes se les explican las interpretaciones de esta obra que ocupa un espacio de 3.00 x 7.00 metros, pero también es fondo para fotografías en ceremonias de egreso escolar.

El legado de “El Cuervo”

Un multifacético personaje plasmó también su obra artística en un muro politécnico: Alberto Rafael Bustillos Alamilla, mejor conocido como Alberto Ángel “El Cuervo”. Pintó uno de los murales más grandes en la Unidad Zacatenco, de aproximadamente 50 metros cuadrados, en un imponente muro de la Escuela Superior de Cómputo (Escom). Esta obra, titulada “El arte y la cibernética”, representa la unión complementaria de disciplinas artísticas con los desarrollos tecnológicos, que salvan a la humanidad de caer en las llamas. Jesús Asaf Hernández Juárez estudia Sistemas Computacionales en la Escom. Con el mural a sus espaldas, confiesa que pocas veces se detiene a admirarlo a pesar que a diario recorre el pasillo. “Me da mucho gusto que esta obra sea parte del Politécnico, pero sobre todo que sea parte de nuestra escuela”. La voz del arte permite adivinar a través de las formas, los colores y la majestuosidad del mural, el inmenso amor que Alberto Ángel “El Cuervo” sentía por el Politécnico y su orgullo por ser egresado de la carrera de Químico Bacteriólogo y Parasitólogo, los cuales lo acompañaron durante varios meses en los que convirtió un lienzo de piedra en una joya que habla de la humanidad y su integración con la tecnología, la cual fue develada y elogiada por el pintor y muralista Raúl Anguiano.

La mano de Anguiano

Se ha convertido en uno de los espacios más solicitados en la Dirección de Formación e Innovación Educativa (DFIE) para realizar eventos, y es que ahí, en esa sala de reuniones, yace uno de los tesoros pictóricos del Politécnico que, además, son los últimos trazos realizados por el pintor Raúl Anguiano antes de morir: el boceto que dibujó del mural “La evolución del Instituto Politécnico Nacional a través de 70 años”. Esta obra fue terminada por Alejandro Caballero, su ayudante y discípulo, en 2006 tras el fallecimiento un año antes del maestro Anguiano. El óleo sobre tela de lino montado en madera sobre bastidores metálicos de 13.00 x 8.00 metros, muestra en la parte central a Lázaro Cárdenas y detrás de él posibles rostros de personajes relacionados con la historia del Politécnico. En la parte superior derecha hay un engrane con el logo del IPN y abajo el equipo de futbol americano Águilas Blancas y la mascota del Politécnico; al lado se aprecian dos médicos examinando un cadáver, una torre de petróleo y el Planetario “Luis Enrique Erro”. Del lado izquierdo colocó al dios Quetzalcóatl, símbolo del desarrollo científico y tecnológico, así como un satélite que recuerda el lema de la institución: “La Técnica al Servicio de la Patria”. A las y los asistentes les intriga el aspecto “inacabado” de la obra, pero precisamente este rasgo se ha convertido en el más característico, que parece hecha a lápiz, con algunos colores azules y rojos que parecen también ser parte del aspecto de borrador de la obra.

Ariosto en el Poli contemporáneo

Ya sea que acudan a realizar algún trámite en la oficina de pensiones, al Archivo Histórico del IPN o a la Presidencia del Decanato, es casi imposible que quien transita por la parte posterior del Muro de Honor del Recinto Histórico y Cultural “Juan de Dios Bátiz” no se detenga a admirar la explosión de personajes, elementos y frases que inundan el muro en relieve realizado por el maestro Ariosto Otero Reyes. Calificado como el último grande del muralismo, Otero Reyes se subió al andamio para contar la historia del Politécnico, sus luchas pasadas y presentes, sus personajes fundadores que son ya míticos, todo ello a través de la obra “Los hijos de la Revolución”, que habita desde 2023 en este recinto. La obra monumental, de 820 metros cuadrados que se sumó al patrimonio mural del Politécnico y de México, fue elaborada con la técnica de estuco esgrafiado. En él se muestran las figuras en relieve de los precursores de la educación técnica Juan de Dios Bátiz, Carlos Vallejo Márquez, Miguel Bernard Perales, Estanislao Ramírez Ruz, Wilfrido Massieu, Gonzalo Vázquez Vela y Luis Enrique Erro, quienes contribuyeron a alcanzar uno de los mayores logros institucionales que se han hecho en la historia de México: la creación del IPN. En “Los hijos de la Revolución” Ariosto Otero hace una narración visual del IPN y su participación en el movimiento estudiantil del 68, también recrea al primer Consejo Técnico de la Escuela Politécnica, las escuelas de reciente creación en el IPN y los 43 estudiantes de Ayotzinapa. En el exterior del Centro Histórico y Cultural “Juan de Dios Bátiz”, a un costado del histórico portal del Politécnico, se encuentra el segundo mural del maestro Otero: “Hijos de obreros y campesinos”. Esta obra puede ser vista desde la calle y es muy usual que la gente se detenga a observar esos trazos angulosos en el estuco, pero también los materiales que le fueron incorporados a la obra, como el vitroblock rojo que simula un engrane, símbolo del Politécnico, así como algunas piezas donadas por la Comisión Federal de Electricidad que se encuentran incrustadas al centro y representan el trabajo por la nación. Un colibrí hecho de hierro cae en picada justo encima del mural, simbolizando, en palabras del mismo maestro Ariosto Otero, la naturaleza que es víctima de los avances tecnológicos y como un recordatorio de que el progreso debe tomar en cuenta el cuidado del ambiente. Las raíces revolucionarias que dieron origen al Instituto Politécnico Nacional forman parte de su identidad, pero también, como queda patente con estos ejemplos, están plasmadas en muros y edificios en los que artistas expresaron inquietudes e interpretaciones de la vida nacional a través de sus murales. Son estas obras artísticas también parte de la vida diaria de los miles de integrantes de la comunidad politécnica, que abrazan el legado histórico del IPN a través de su arte, y que las mantienen vivas con cada interpretación.  

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